domingo, 2 de octubre de 2011

NUEVA IMAGEN DE LA VEJEZ

Una mujer de 30 años, que a principios del siglo XIX describía Balzac en su Comedia Humana como una dama madura, se cataloga hoy de joven señora. Un individuo de cincuenta luce en la actualidad menos viejo que antes, cuando la esperanza de vida era menor. Existe indudablemente una nueva imagen de la vejez.

Algunos todavía teorizan a partir de criterios en los que se resaltan únicamente los aspectos de deterioro y pérdida de las capacidades físicas, mentales y sociales del individuo en el proceso de envejecimiento. Pero la imagen no es sólo lo que ofrece el espejo del estado físico personal, donde pueden verse arrugas y canas, mire fijo a los ojos de una persona saludable y observará el brillo de la vida.

Tenemos una categoría socio-psicológica que promueve variantes, basada en la experiencia cultural transmitida de generación en generación y las características de la época a la que el individuo pertenece, en las que intervienen creencias, prejuicios y actitudes compartidas por el grupo social; además existen las expectativas, lo que espera uno de los demás y de sí mismo.

En la medida que las personas actúen acorde a esos principios, será la imagen que conformarán sobre ellas los demás individuos que las rodean, los miembros de su grupo: familia, barrio, trabajo, escuela.

La concepción de la imagen de la vejez, varía también en dependencia de quien la observe, según sea un niño, un adolescente, un adulto o un anciano. En un estudio realizado por gerontólogos cubanos, se manifestó que entre las generaciones encuestadas hay grandes similitudes y divergencias sobre su visión de la vejez.

Los adolescentes, más radicales en sus conceptos; y los adultos, más comprensivos en la problemática que afrontan los ancianos. Todos encuentran provechoso el acercamiento generacional sobre la base de los consejos y experiencias que pueden recibir de quienes poseen mayor edad, pero se evidencian contradicciones, fundamentalmente entre ancianos y jóvenes.

Las características positivas, reconocidas por la juventud a la vejez, son "la sabiduría" y la "posibilidad de consultarlos como consejeros expertos", mientras que en las negativas resaltan la "incomprensión de los jóvenes por los ancianos", quienes se "inmiscuyen demasiado en sus vidas".

En el estudio trascendió que se acepta poco la convivencia intergeneracional, al parecer no la prefieren ni los jóvenes, ni los propios ancianos. Aunque los adultos no renuncian a sus padres, porque viven con ellos, o los visitan con frecuencia existen barreras en la convivencia interpersonal. En las casas que trabajan y estudian los mayores, los ancianos pasan muchas horas solos y al regresar sus hijos al hogar, tienen poco tiempo para dedicarlo a sus viejos.

Las organizaciones sociales, como los círculos de abuelos, hogares de ancianos... aunque no cubren aún todas las necesidades, suplen en parte esta carencia de la comunicación familiar, al brindar al sujeto envejecido una participación social acorde a sus posibilidades reales.

La imagen negativa hacia la vejez, que muchas veces tiene la población más joven, acentúa la incapacidad del anciano al limitar sus actividades, por adjudicarle disminución de las capacidades físicas e intelectuales, cuando lo cierto es que "la vejez no es una enfermedad, es una etapa vital" con condiciones reales de subsistencia.

En la relación diaria con el anciano, no podemos ni sobreprotegerlo, ni marginarlo, ni enfatizar en las pérdidas ocasionadas por la vejez, lo que repercute en la imagen que tienen del anciano, la sociedad y el individuo envejecido de sí mismo.

Una persona al envejecer suele basar su propia imagen en éxitos anteriores, como la belleza, el poder, el vigor físico o sexual, y los contrarresta con el presente de pérdidas, según que no son a veces reales, pues siempre existe un caudal de posibilidades interiores no reconocidas totalmente, ni por el anciano, ni por las demás generaciones.

La visión del niño, en sentido general, se ajusta a las condiciones actuales de la actividad del abuelo, al que asocia según a los mandados, y a las actividades de poco interés e importancia.

No se puede permitir el deterioro de la imagen del anciano ante los demás, ni dejarlo solo con sus pensamientos y angustias, pues llegaría a deprimirse, a enfermarse de verdad. El estado depresivo en el anciano se manifiesta a través de la tristeza, el abatimiento, la desilusión y hasta el sentimiento de soledad.

La depresión puede llegar a provocar retraimiento del contacto con otras personas, alejamiento de las actividades habituales que se tornarán difíciles de realizar, sensación de la pérdida de capacidad para sentir placer, disfrutar la vida y hasta quizás del funcionamiento del organismo, entonces comienzan en el anciano los dolores, la fatiga, los trastornos del sueño.

Por eso, los especialistas del envejecimiento, consideran que la imagen y actitudes negativas hacia el anciano constituyen factores de alto riesgo psicológico-social, semejante a los efectos biológicos del bajo peso al nacer de un niño, o la hipertensión en la embarazada.

Sabemos que es posible cambiar la imagen negativa que tienen algunos, y hasta un número de ancianos, sobre la vejez. Claro que es un proceso largo, pero no imposible. Los esfuerzos de la medicina para incrementar la esperanza de vida no tendrían sentido por sí solos, si no tratamos de mejorar las actitudes hacia esa vida que se prolonga cada vez más en el tiempo.

Cada generación de ancianos, como cada generación de jóvenes, de adultos, de niños, tiene sus propias especificidades, ninguna es igual a la otra. No podemos valorarlas con estereotipos: "Los jóvenes son inmaduros", o "los viejos son achacosos", porque no siempre estas son características reales del grupo o de los individuos.

La madurez sana de un individuo depende mucho de su personalidad anterior, desde su juventud; así un joven alegre será un viejo contento, aunque tenga más allá de 80 años de edad y hasta quien sobrepase los 100.

En el proceso de envejecimiento es básico superar lo físico, adaptarse al deterioro biológico, a las canas, a las arrugas, a los cambios y entonces, a partir de allí, fomentar el desarrollo social y espiritual con la experiencia acumulada. En este concepto vital se valoran mejor las satisfacciones de un trabajo determinado, de la formación de una familia y de la actividad social. La vejez tiene entonces su verdadero sentido como etapa de la vida donde se encaran pérdidas importantes, pero en la que se puede disfrutar y continuar creciendo como seres humanos.

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